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Cuando se escucha el corazón, nace un propósito

Esta historia puede no ser interesante para nadie, pero lo es mucho para mí. Busco relatar en pocos párrafos aquello que se convirtió en el punto de partida de la segunda parte de mi vida.


Todo empezó el trece de mayo de 2021, un viernes cuando me levanté a las 6:00 a. m., para verme con Munay, una mujer poderosa, con apariencia chamánica, pero de ascendencia coreana, nacida en Alemania y que por esos días se encontraba haciendo terapias holísticas en Santa Marta. En mi retiro de una semana en soledad que terminaba al día siguiente, Munay había sido mi apoyo y guía durante cuatro sesiones en las que recibí valiosos aportes para el camino de un nuevo entendimiento de mi vida.


Durante las terapias degusté el cacao de la sierra, participé en danzas africanas, y disfruté de masajes holísticos, música y fuego, como antesala de ese viernes. En la madrugada ella y yo nos encontramos y me pidió acompañarla a recoger flores de los jardines del hotel. En ese entonces me sentía absolutamente desconectado de las plantas y la naturaleza, y trataba de disimular la incomodidad que me ocasionaba la tarea ya que el único aroma que lograba captar era el del ylang ylang que Munay me dio a conocer.


Una vez llenamos una cesta con flores —de las cuales solo aporté cuatro o cinco porque, aunque caminé entre jardines, literalmente no las vi—, fuimos juntos a la playa, ella encendió fácilmente una hoguera y me pidió empezar a ubicar las flores formando un mandala, concepto que por primera vez entendí. La tarea que Munay me puso, la quise desempeñar, como siempre en mi vida, con mucha responsabilidad, buscando que cada flor tuviera su opuesta exacta a la misma distancia del centro. Por suerte en este trabajo de concentración logramos armar una figura con la cantidad suficiente, y diría, exacta de flores de cada tipo, todo para que una vez concluida, al detenerme a observarla, encontrara, con lágrimas en mis ojos, la obra más hermosa que hube logrado jamás. Era una sensación de satisfacción y júbilo como si el cielo admirase mi creación y me aplaudiera; más aún, era yo mismo el que con profundo regocijo aplaudía esta extensión de mi alma.


Aún recuerdo ese momento y me lleno de mucha emoción. Esas flores fueron una ofrenda hermosa al Universo, en el día de la Virgen, para recibir de ella el regalo de la comprensión que llegó a mi vida esa mañana: Necesitaba encontrar un lugar en medio de la naturaleza en ese momento de éxtasis que me permitiera crecer en mi proceso de autoconocimiento, esa se convirtió entonces en una de las conclusiones más claras de mi retiro, por lo que, con una actitud alegre y decidida por cumplir esa misión, solté mi propósito en las manos de Dios.

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Sobre el Autor

Fernando Gómez Casas nació en Bogotá, Colombia, ciudad en la que llevó a cabo múltiples estudios y desarrolló su vida profesional en...

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